jueves, 11 de abril de 2019



Los descubres. La tecnología es lo que tiene. Puedes encontrar niños llenos de canas en el otro lado del mundo. Es cuestión de tiempo y de suerte que te vean como ya les has visto. 
Hurgas un poco, como un vulgar mirón de vidas cortadas. Intentas hallar esa otra parte que intuyes debería haberse desarrollado de alguna manera. Resto de una biografía regenerada como el apéndice de una lagartija..., y resulta que no le das a la tecla. Aún no. Esperas no sé qué. Quizá quieras unir los pedazos de aquellas existencias con mucho cuidado. Un «no vaya a ser que...», te advierte de que seas cauto. 
Tal vez ellos no quieran saber tanto de ti, o no lo necesiten, o prefieran seguir como tú, reconstruyendo en su imaginación el reverso de la moneda, la continuación de la pieza rota que les quedó en las manos cuando tu vida también se partió ante sus ojos. 
Ahora te das cuenta. En tu caso pasa lo mismo, o casi. Es como si te bastara solo la cara amable de la infancia, el desgastado anverso del colgante, la borrosa película de cuando subíais a los árboles, de cuando se jugaba al béisbol o al escondite. Aquella ausencia de preocupación. 
Y mientras tanto sigues ahí, con el dedo a punto de presionar la tecla del ratón. Aquellos chiquillos llenos de canas te miran. Pero no, aún no te animas. Acaso mañana.

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