lunes, 15 de abril de 2019

"Nostalgia en copa de ron"


NOSTALGIA EN COPA DE RON

Ya no era el sitio que yo viví. Estaba muy lejos de aquellos recuerdos que forjé en mi memoria. Esperaba entrar y darme de narices con algún pianista tocando Silencio, por poner un ejemplo de un bolero contundente, de esos que cortan el alma con un filo de palabras, limpio y cruel. De esos de cara seria mientras te retratan la jodida vida y que luego, después que te dejan descompuesto, se alejan sonriendo como un canalla que sabe que te hizo pensar con su poesía callejera.
Anhelaba contemplar a la mujer fatal apoyada a un lado del piano, con cigarro en una mano y copa de ron añejo en la otra. Un barman viejo mirándola con la lujuria apoyada en sus cansados ojos mientras secaba algún vaso con un paño blanco.  Clientes esparcidos por las mesas, perdidos en la penumbra del lugar y del tiempo. Todos libando el néctar de la caña de azúcar a su manera, solo o combinado con otros brebajes que le cambian aroma y sabor, para bien o para mal.  Me daba igual.
Quería contemplar, bajo la mortecina luz de algunas lámparas, el humo de los puros habanos de algunos tipos duros que podrían estar hablando en voz baja, con los codos apoyados en la barra. Policías o mafiosos, o policías y mafiosos, con traje y zapatos de dos tonos. Eso también me traía sin cuidado.
Deseaba pedir un buen ron Matusalem añejo, con una sola piedra de hielo, al perfil del viejo barman y que este me lo sirviera con gesto de fastidio por distraerle de la imagen de la mujer del piano. Notar la desconfianza en la mirada de reojo de los policías o los mafiosos de la barra. Hacer un gesto al pianista y que este me devolviese el saludo y que la mujer fatal me guiñase un ojo un instante para seguir perdida en la melodía del piano.
Pero no había nada de eso. Lo que pude ver en el lugar fueron sendas pantallas de televisión que transmitían combates de lucha. Varios turistas bebiendo cerveza y una música de fondo tipo reguetón que atronaba el recinto.
La camarera me peguntó qué era lo que me apetecía beber. «Nostalgia», le dije. Me observó con extrañeza y se alejó. Salí a la calle. La decoración del Sloppy Joe’s fue respetada en su restauración, pero no el sabor ese de antaño, traicionado por las pantallas de televisión y sus combates de lucha, por el reguetón y por la creencia absurda de pretender que para sitios como este vale cualquier mediocridad.
Querido abuelo.  Aquello que me contaste y que hice tan mío no lo he vuelto a ver. Lo siento. Quizá para la próxima.  El añejo me lo tomo en alguna terraza a tu memoria, estés donde estés.

Alex Cardoso.


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