lunes, 1 de abril de 2019


Veo entre las paredes de la recepción al gallego Manuel. Está hablando con un huésped, un tipo elegante que va de traje y usa zapatos de dos tonos. Tiene aspecto de pistolero, la verdad, aunque le escucho decir que es comercial. Detrás de ellos resalta el nombre del hotel: ROOSEVELT. Así, todo en mayúsculas. Dos mujeres salen conversando del antiguo ascensor. Exhiben refinados atuendos de aquellos años cuarenta y no prestan atención a las notas de un piano que desde el comedor caen, melancólicas, sobre todos y sobre mí. «Ay, amor», ese es el título. Acomodado en el amplio sillón «art decó» observo todo con detalle, acompañado, siempre, de mi vaso de ron añejo Matusalem. La escena es como un sueño maravilloso, real, palpable, que a veces se parece a alguno de mis relatos.

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