Pensaba que mientras
más largo se hacía el camino, más le castigaba el peso de las evocaciones.
Estas llegaban como gigantescos pájaros que se posaban sobre sus bártulos llenos
de historias. Casi siempre ocurría cuando escuchaba alguna canción. Parecía que
aquellas aves extrañas poseían un don más extraño aún, que en su rareza, les permitía
advertir la aparición de su lado más melancólico, más nostálgico, más humano, y
surgían entonces así, como de la nada, daban varios círculos sobre sus imaginados
momentos hasta descender y posarse en cualquier cara, en cualquier calle, en cualquier
risa o en cualquier llanto, en cualquier abrazo e incluso en cualquier beso. Entonces
permanecían allí, calladas, hasta que él las espantaba con los gestos, con las
palabras, con el cansancio.
A.C.
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